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Los retratos que Tiziano pintó de Isabel (1503-1539), hija del rey Manuel de Portugal y esposa de Carlos V desde 1526, conforman uno de los episodios más emotivos del arte del Renacimiento. Cuando falleció la emperatriz, Carlos carecía de un retrato suyo y quiso recuperar el que su esposa había enviado años atrás a Margarita de Austria. En noviembre de 1539 recibió de su hermana María ese retrato, que le desagradó por su nulo parecido, y probablemente concibiera entonces la idea de encargar uno a Tiziano si hallaba un modelo fidedigno. En 1543 Carlos entregó al pintor en Busseto un pequeño retrato de Isabel, molto simile al vero, benché di trivial` pennello según el Aretino, obra probablemente de William Scrots (Poznan, Museo Nacional). En 1545 Tiziano terminó un retrato de Isabel vestida de negro con flores en el regazo y corona imperial a sus espaldas que ardió en el incendio del Palacio del Pardo en 1604 y que conocemos por copias y grabados. Carlos lo llevó a Augsburgo en 1547 para que el pintor retocase la nariz. Ese perdido retrato sirvió de modelo a éste, realizado también en Augsburgo y que, por carta del pintor a Granvela, sabemos que estaba acabado el 1 de septiembre de 1548. En la carta Tiziano aludía también a un retrato doble de Carlos e Isabel del que se conserva copia de Rubens (Madrid, Fundación Casa de Alba), y que era una curiosa yuxtaposición del sedente de Carlos (Múnich, Alte Pinakothek) y el primero de la emperatriz.
Estos tres retratos conforman otros tantos capítulos del fascinante proceso de recuperación de la emperatriz mediante su imagen, culminado en el retrato doble que reunía al emperador con su esposa ausente. En estos retratos Carlos no buscaba una imagen fidedigna de la emperatriz (ya tenía aquél molto simile al vero), sino visualizar la que guardaba en su memoria, lo que explicaría el pasaje de la nariz. Carlos pidió a Tiziano que la retocase no por estar mal pintada, sino por haberla reproducido como era. Los retratos de Isabel realizados en vida la muestran con nariz aguileña, también notada por los cronistas, y no con la nariz recta de improbable perfección clásica que le pintó Tiziano. Con esta corrección, Tiziano repetía con la nariz de Isabel la operación realizada con el prognatismo del emperador. La emotividad del retrato explica que fuera de las pocas pinturas que Carlos llevó siempre consigo, documentándose en Bruselas en 1556 y en Yuste en 1558.
El retrato sigue un modelo de Rafael/Giulio Romano (Isabel de Requesens, París, Louvre) al que Tiziano había acudido ya en 1536 para Eleonora Gonzaga, Duquesa de Urbino, consistente en situar a la modelo sentada y abrir una ventana ladeada a su espalda por la que se vislumbra un paisaje. Un soneto de Pietro Aretino celebrando el retrato de Eleonora Gonzaga y el modo como el pintor destacó sus virtudes: la modestia al sentarla y la pureza cubriendo con un velo el pecho y el cabello con un tocado (elementos presentes en el de la emperatriz), delata los convencionalismos inherentes a estas imágenes. El retrato de Isabel presenta sin embargo un mayor hieratismo que no debe atribuirse al hecho de que no posara, cuanto a una idea de distante maiestas perceptible en otros retratos imperiales. Más que el águila bicéfala bordada en la cortina, única concesión a la iconografía imperial, es la mirada ausente de Isabel, que ni se dirige al libro de horas que sostiene ni a un posible espectador, lo que otorga a su imagen una gravedad y dignidad mayestáticas. El estado de conservación de la pintura es bueno y la radiografía, que no revela cambio alguno, sí descubre que se reutilizó un lienzo donde aparecía una figura femenina.
Felipe II prestó el retrato a su hermana, la emperatriz María, para las Descalzas Reales, donde lo cita Carducho en 1633. En 1636 colgaba en el Alcázar de Madrid, donde permaneció hasta el incendio de 1734. Pasó después al Palacio Real Nuevo, e ingresó en el Museo del Prado en 1821 (Texto extractado de Falomir, M.: Tiziano, Museo Nacional del Prado, 2003, p. 208).
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